Siempre fui una fan incondicional. Crecí con esas películas en las que la magia existe, la amistad vence todo, el amor es verdadero y los malos acaban pagando por sus fechorías. Esa fantasía me formó: defendí que los niños de hoy sigan siendo niños, que crezcan con lo que nosotros crecimos. Disneyland París no era solo un parque; era hogar, era recuerdo y era un refugio.
Entré en la comunidad Disney de Instagram en 2019 con esa devoción. Ya había ido al parque muchas veces, y pensaba que allí iba a encontrar gente que compartiera ese mismo brillo en los ojos. Lo que encontré, con el tiempo, fue otra cosa.
La comunidad, desde fuera, parece una prolongación de la magia. Todo son fotos perfectas, camisetas coordinadas, regalos y sonrisas. Pero dentro, muchas relaciones se mueven por interés. Amigos que no son amigos. Gente intercambiando presentes no por cariño, sino por visibilidad: “te etiqueto para ver si rasco un seguidor”. Otros inventan vidas para hundir la reputación de alguien. Personas con deudas comprando cosas que ni quieren para aparentar. Favores que son cuchillos por la espalda disfrazados de ayuda. Envidias, críticas, denuncias masivas de cuentas… incluso grupos de WhatsApp creados únicamente para criticar a ciertos creadores, algo tan ruin como asqueroso.
Ir al parque puede convertirse, tristemente, en la escena de una película donde los actores sonríen para la cámara pero te apuñalan a la primera. He vivido a creadores que te saludan por compromiso o por una story compartida, cuando la realidad es que llevan criticándote desde el primer día. Grupos que aparentan amistad Disney y que, en privado, son arpías esperando a que metas la pata para destruirte poco a poco. Todo con una sonrisa y “magia” por fuera.
La otra cara: la verdadera amistad
Pero no todo ha sido negativo. Sería injusto no decirlo: dentro de la comunidad también encontré personas de verdad. Gente buena, generosa, auténtica. Amigos que no lo son “de parque” ni “de foto”, sino amigos de verdad, de los que están en mi vida diaria como si nos conociéramos de toda la vida. Ellos son la prueba de que la magia también existe fuera de la ficción, que hay luz entre tanta sombra, y que a veces la vida te regala vínculos que van mucho más allá de Disney.
Elegir distancia no es renunciar
Por eso decidí poner límites. No fue un rechazo a Disney como idea o como obra; fue un rechazo a esa parte humana que pudre la experiencia: la competitividad tóxica, la falsedad, la necesidad de medirse en “likes” y compartidos. Porque amar algo no obliga a aguantar que te afecte personalmente.
Un mensaje para los fans de corazón
Si te reconoces en esto: no estás solo. No hace falta renunciar a lo que te hace feliz. Puedes seguir yendo al parque, seguir cantando las canciones, seguir emocionándote con los fuegos artificiales. Pero también puedes elegir con quién compartes esa emoción. Cuida tus espacios, rodéate de gente que celebra contigo sin llevar cuentas, y permite que la magia sea solo tuya cuando hace falta.
La magia de Disney sigue ahí —en las historias y las canciones—. Lo que podemos controlar es la forma en que la vivimos. Alejarse de lo tóxico no es cobardía: es amor propio. Y amar a Disney desde la distancia, con respeto y ternura, también es amar de verdad.
Si quieres saber más sobre las sombras que rodean esta comunidad, te invito a leer este post sobre la compra de seguidores que llevan a cabo ciertos creadores de contenido o el de la copia de contenido que hacen unas cuentas de otras.
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